EL PAÍS (25-9-2007) relata la primera clase de Educación para la Ciudadanía (I)
BARCELONA, centro PÚBLICO “Al chico que le guste otro chico que haga que lo quiera” .
“Somos todos iguales?”, pregunta el profesor en clase. “Noooo”, responden los alumnos casi al unísono.
Todos son nuevos. Los alumnos y el profesor. Es su segunda clase de Educación para la Ciudadanía. EL PAÍS ha entrado en un aula del instituto barcelonés Infanta Isabel de Aragón.
Son 26. 14 chicos y 12 chicas. El profesor, Antón Carrera, saca el tema: la identidad y la tendencia sexual. La clase es interactiva e invita a subir al estrado a un chico y a una chica. “Hay algunas diferencias entre ellos”, dice el profesor. “Él debe pesar la mitad que ella. No pasa nada. Son dos personas. Los dos son de piel blanca, pero podría ser que no. Y no pasa nada. Tienen los mismos derechos y las mismas obligaciones. Han venido a clase a la misma hora, les pondré el mismo examen y el sábado y el domingo harán fiesta. Tienen derecho a venir aquí a ser instruidos y a médico si se ponen enfermos. ¿No os parece?”.
La clase sigue en medio de un tenue barullo de voces. “Pero hay otra diferencia”, dice el profesor. Baja el barullo. “El sexo es una de estas diferencias. Ella es una chica y él, un chico. Hasta ahora parece que lo más normal es que un chico se sintiera atraído por una chica y al revés. Pero alguien del sexo masculino se puede sentir atraído por otro del mismo sexo. Y lo mismo el sexo femenino. ¿Os parece bien?”, inquiere el profesor. “Sí”, se escucha. Y el profesor da este argumento: “El sexo es una cosa y la preferencia sexual puede ser otra”.
“¿Conoces a algún chico que le gusten los chicos?”, pregunta el profesor a un alumno. “No, pero que haga lo que quiera”, replica el chico. Y luego se dirige a una chica: “¿Sabes de alguna amiga tuya que le gusten las chicas?”, le pregunta. “Tengo dos amigas que les gustan las chicas. Me parece perfecto. Que hagan lo que quieran”, dice sin cortarse ni un pelo.
Los alumnos sienten curiosidad por la nueva materia. Ainoa tiene 14 años. “La asignatura está bien. Explica lo que pasa en la sociedad. Es interesante aprender a respetar otras culturas o saber cosas de la Constitución y que hay que ser respetuosos con las diferentes formas de sexualidad. Pero hay el peligro de que con el libro todos pensemos igual. Y no es eso. Esta asignatura la tendrían que empezar a poner en primaria para los más pequeños”. Su compañero Iván, también de 14 años, dice: “Cada uno debe hacerse su opinión. Tendrían que ponerla antes de nuestra edad”.
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